Lo único necesario: Su Amor!

JESÚS, DIOS HOMBRE

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

PRIMERA PARTE 
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"

Párrafo 1
EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE

I. Por qué el Verbo se hizo carne
456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por
nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del
Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre" (DS 150).
457 El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos
amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,
10). "El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "Él se
manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):
«Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser
restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión
del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las
tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos,
esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un
libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No
merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta
nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se
encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?» (San
Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG 45, 48B).
458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios:
"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo
a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre
vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el
monte de la Transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). Él es,
en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva:
"Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene
como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
460 El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (2 P
1, 4): "Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de
Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo
y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (San Ireneo de
Lyon, Adversus haereses, 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para
hacernos Dios" (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione, 54, 3: PG 25,
192B). Unigenitus [...] Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes,
naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo ("El Hijo
Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió
nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los
hombres") (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de
Maitines, primer Nocturno, Lectura I).
II. La Encarnación
461 Volviendo a tomar la frase de san Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la
Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una
naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En un himno
citado por san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación:
«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el
cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual
a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de
siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su
porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la
muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 5-8; cf. Liturgia de las Horas,
Cántico de las Primeras Vísperas de Domingos).
462 La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:
«Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste
sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos
y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí
que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9
[LXX]).
463 La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de
la fe cristiana: "Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que
confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre
convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran misterio de
la piedad": "Él ha sido manifestado en la carne" (1 Tm 3, 16).

III. Verdadero Dios y verdadero hombre
464 El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo
de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que
sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo
verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es
verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta
verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la
falseaban.
465 Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su
humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época apostólica la fe
cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en la
carne" (cf. 1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar
frente a Pablo de Samosata, en un Concilio reunido en Antioquía, que
Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer Concilio
Ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es
«engendrado, no creado, "de la misma substancia" [en griego homousion] que
el Padre» y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de Dios salió de la
nada" (Concilio de Nicea I: DS 130) y que sería "de una substancia distinta de la
del Padre" (Ibíd., 126).
466 La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la
persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella san Cirilo de Alejandría y el
tercer Concilio Ecuménico reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que "el
Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se
hizo hombre" (Concilio de Efeso: DS, 250). La humanidad de Cristo no tiene
más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho
suya desde su concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431
que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción
humana del Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no porque el Verbo de
Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de
quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional [...] unido a la
persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne" (DS
251).
467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de
existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios.
Enfrentado a esta herejía, el cuarto Concilio Ecuménico, en Calcedonia,
confesó en el año 451:
«Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente
que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro
Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad;
verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de
alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la
divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad, "en
todo semejante a nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15); nacido
del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por
nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de
la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en
dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin
separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda
suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de
cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una
sola persona» (Concilio de Calcedonia; DS, 301-302).
468 Después del Concilio de Calcedonia, algunos concibieron la naturaleza
humana de Cristo como una especie de sujeto personal. Contra éstos, el quinto
Concilio Ecuménico, en Constantinopla, el año 553 confesó a propósito de
Cristo: "No hay más que una sola hipóstasis [o persona] [...] que es nuestro
Señor Jesucristo, uno de la Trinidad" (Concilio de Constantinopla II: DS, 424).
Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona
divina como a su propio sujeto (cf. ya Concilio de Éfeso: DS, 255), no solamente
los milagros sino también los sufrimientos (cf. Concilio de Constantinopla II:
DS, 424) y la misma muerte: "El que ha sido crucificado en la carne, nuestro
Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima
Trinidad" (ibíd., 432).
469 La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y
verdadero Hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho
hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor:
Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit ("Sin dejar de ser lo
que era ha asumido lo que no era"), canta la liturgia romana
(Solemnidad de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Antífona
al «Benedictus»; cf. san León Magno, Sermones 21, 2-3: PL 54, 192). Y
la liturgia de san Juan Crisóstomo proclama y canta: "¡Oh Hijo
unigénito y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal, te dignaste, para
salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen
María. Tú, Cristo Dios, sin sufrir cambio te hiciste hombre y, en al
cruz, con tu muerte venciste la muerte. Tú, Uno de la Santísima
Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo Espíritu, ¡sálvanos!
(Oficio Bizantino de las Horas, Himno O' Monogenés").
IV. Cómo es hombre el Hijo de Dios
470 Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza
humana ha sido asumida, no absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a
confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con
sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo.
Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza
humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios
que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella proviene de "uno de la
Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo
personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo
expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):
«El Hijo de Dios [...] trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con
corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros,
  1. excepto en el pecado» (GS 22, 2).
El alma y el conocimiento humano de Cristo
471 Apolinar de Laodicea afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituido al
alma o al espíritu. Contra este error la Iglesia confesó que el Hijo eterno
asumió también un alma racional humana (cf. Dámaso I, Carta a los Obispos
Orientales: DS, 149).
472 Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un
verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí
ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el
espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso
progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente
adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera
experimental (cf. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso correspondía a la realidad
de su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7).
473 Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del
Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona (cf. san Gregorio Magno,
carta Sicut aqua: DS, 475).  "El Hijo de Dios conocía todas las cosas; y esto por sí
mismo, que se había revestido de la condición humana; no por su naturaleza,
sino en cuanto estaba unida al Verbo [...]. La naturaleza humana, en cuanto
estaba unida al Verbo, conocida todas las cosas, incluso las divinas, y
manifestaba en sí todo lo que conviene a Dios" (san Máximo el Confesor,
Quaestiones et dubia, 66: PG 90, 840). Esto sucede ante todo en lo que se refiere
al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de
su Padre (cf. Mc 14, 36; Mt 11, 27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su
conocimiento humano, mostraba también la penetración divina que tenía de
los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2, 8; Jn 2, 25; 6,
61; etc.).
474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo
encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia
de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34;
14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara
en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).
La voluntad humana de Cristo
475 De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto Concilio Ecuménico que
Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas,
no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su
obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido
divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación (cf.
Concilio de Constantinopla III, año 681: DS, 556-559). La voluntad humana de
Cristo "sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino
todo lo contrario, estando subordinada a esta voluntad omnipotente" (ibíd.,
556).

El verdadero cuerpo de Cristo 

476 Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el
cuerpo de Cristo era limitado (cf. Concilio de Letrán, año 649: DS, 504). Por eso
se puede "pintar" la faz humana de Jesús (Ga 3,2). En el séptimo Concilio
ecuménico, la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes
sagradas (Concilio de Nicea II, año 787: DS, 600-603).
477 Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de
Jesús, Dios "que era invisible en su naturaleza se hace visible" (Misal Romano,
Prefacio de Navidad). En efecto, las particularidades individuales del cuerpo
de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. Él ha hecho suyos los
rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una
imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su
imagen, "venera a la persona representada en ella" (Concilio de Nicea II: DS,
601).
El Corazón del Verbo encarnado
478 Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a
todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El
Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado
a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús,
traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es
considerado como el principal indicador y símbolo [...] de aquel amor con que
el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres"
(Pío XII, Enc. Haurietis aquas: DS, 3924; cf. ID. enc. Mystici Corporis: ibíd.,
3812).
Resumen
479 En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra
eterna, es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin
perder la naturaleza divina asumió la naturaleza humana.
480 Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su
Persona divina; por esta razón Él es el único Mediador entre Dios y los hombres.
481 Jesucristo posee dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas,
sino unidas en la única Persona del Hijo de Dios.
482 Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene una inteligencia y
una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y sometidas a su inteligencia
y a su voluntad divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo.
483 La encarnación es, pues, el misterio de la admirable unión de la naturaleza
divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo.


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